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Las palabras son como puentes que nos permiten comunicarnos con los demás. Esto se llama facultad de hablar. Cuando hablamos transmitimos sentimientos, conceptos, aforismos, y hasta nuestro particular estado de ánimo. Hay palabras que son parecidas a otras, porque parecen que significan lo mismo, pero lo cierto es que no son para nada parecidas, pues, son totalmente diferentes. Hay personas que no saben que esto sucede, y que por tanto, confunden algunas palabras con otras, que casi, se refieren a lo mismo. Por ejemplo: Hoy se confunde ver con MIRAR, oír con ESCUCHAR, entender con comprender, cuando en la realidad estas palabras no tienen nada que ver una con otra.
Diferenciamos palabra por palabra. Ver: significa abrir los ojos para, de ese modo, dejar que entre una imagen en nuestra retina. En tanto, mirar significa captar algo, detenerse ante algo, observar algo con atención y minuciosidad. Oír: significa percibir sonidos que nos llegan y que más o menos se mueven a nuestro alrededor. Por su parte, escuchar, que muchas veces se confunde con oír, quiere decir: prestar atención a lo que alguien está diciendo, seguir el discurso de alguien, con los cinco sentidos puestos en lo que nos dicen, recibiendo, de ese modo, las palabras para agarrar su contenido conceptual. Hay gente que oye, pero que no escucha. Entender: significa ir hacia otro individuo. Mientras que comprender: significa abrazar, sentir empatía por otra persona, aliviar. En definitiva, significa ponerse en el lugar del otro y escuchar lo que la otra persona dice desde ese ángulo.
¿Por qué he compartido con vos el significado de esas palabras? Porque hoy día se confunde superficie con profundidad. Hoy se confunde lo de afuera con lo interior. Hoy vivimos en un mundo que ha malversado las palabras. Las palabras son mal utilizadas. Debido a esta malversación de las palabras, las masas han usado, abusado y falsificado los conceptos primordiales. De ahí el origen de tanta confusión, de tanto vacío, de tanta verborrea trivial. “De tanto hablar, -dice el Dr. Jaime Barylko-, decirse, expresarse, sincerarse, de tanto sentir y perseguir el sentimiento de su evolución, en sus variaciones, aprendimos a existir neuróticamente, al ataque y a la defensa, bajo el gran lema autoritario del siglo: ¡HAY QUE HABLAR, HAY QUE DECIR TODO, TODO, TODO! La gente empezó a decirse todo, y de todo. Las parejas, agradecidos los unos a los otros por haberse dicho todo, pero todo lo que tenían adentro, se fueron separando. Los hijos les dijeron todo a sus padres, y estos no supieron qué decirles a sus hijos, de tan culpables que se sentían. Entonces los derivaron a divanes. El psicólogo dijo que también ellos necesitaban diván. Crecieron los divanes. Creció el decir, el hablar, el sentir, el desahogarse y la catarsis universal”.
La malversación de las palabras ha desvanecido en la tristeza de la sociedad neurótica donde vivimos. Las palabras malversadas, primero, han oscurecido la vida intrapersonal, y posteriormente, han complicado las relaciones interpersonales, produciendo fricción, quebraduras y heridas abundantes en el corazón de las masas, de las multitudes sin identidad. Hoy abundan las palabras huecas, sin rumbo, sin sentido. El vocabulario de la gente es precipitado, inseguro. Las lenguas profieren mentiras sin parar. Los corazones confundidos maquinan conceptos totalmente degradantes y contrarios a la dignidad humana. ¿Cambiaremos alguna vez nuestra manera de hablar? ESPERO QUE SÍ Y QUE SEA A TIEMPO.
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